A pesar de que el gobierno de su hermana se ha prolongado apenas por tres años, el legado que recibe Reddon es desastroso. Con la práctica totalidad de las legiones replegadas y hasta humilladas, habiéndose doblegado ante el enemigo y en la caótica situación en la que es halla su familia, el inesperado rol de emperador que debe tomar le hace sentirse sobrepasado por momentos.
Desesperado, ni siquiera la aparición de su hermana confiere algo de luz a su oscuro horizonte. Nada parece capaz de abrir la oscura prisión de Syoss y el tiempo se desgrana en una cuenta atrás agónica.
Las respuestas que necesita se muestran escurridizas e imposibles de desentañar. Pero, al menos, algo de lo que Ennah hizo puede servirle para tirar de un hilo dudoso y frágil: Catarno y las terroríficas galdrákonas.
Habiendo salvado lo poco que podía, a Reddon solo le quedan tres cosas por hacer: cuidar de su hija, limpiar el nombre de su hermana y hacer arder hasta la última piedra de Átraro.